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Toma de la Bastilla, el pueblo de París irrumpe en la revolución

Hoy se cumplen 231 años de este acontecimiento que marcó el faro de construcción de la democracia.

Por: Ana María Lara

El 14 de julio de 1789, declarado en 1880 como Día Nacional de Francia, es el momento de la irrupción del pueblo de la capital, en un incipiente proceso revolucionario y un certero golpe simbólico a la monarquía absoluta de derecho divino y a la arbitrariedad.

En aquel momento, la monarquía, en cabeza de Luis XVI, estaba enfrentada a una crisis financiera, con arcas vacías por tres guerras en apenas 20 años. En el campo se habían malogrado las cosechas y los labriegos agobiados por los impuestos habían multiplicado las revueltas contra sus señores, los nobles, quemando sus castillos.

También era política la crisis, nutrida por los filósofos llamados de las Luces o de la Ilustración, que en La Enciclopedia y otros textos, sustentaban sus críticas al absolutismo y a la influencia de la Iglesia en los asuntos del Estado. El 5 de mayo, el rey se vio obligado a convocar a los Estados Generales, que reunían la nobleza y el clero, sectores hegemónicos con todos los privilegios y exentos de impuestos, y de último al tercer estado, que representaba a más del 90% de la población, la que pagaba impuestos.

Los delegados del Tercer Estado quieren escribir una constitución que limite el poder del rey y el 12 de julio juran en tal sentido, provocando la reacción negativa del rey y de la nobleza. En este ambiente de agitación nacional, el 14 de julio, el pueblo de París, alarmado por esta disputa, por el despido de Necker, ministro de Finanzas que quería democratizar la economía, por el aumento desmesurado del precio del pan, por los rumores de llegada de mercenarios extranjeros, se amotina espontáneamente.

Y después de ir a Los Inválidos (institución militar para veteranos de guerra, pero también depósito de armas), 80 mil parisinos se llevan 30 mil fusiles y 20 cañones, sin encontrar resistencia o mejor, con el apoyo de los soldados que se niegan a dispararles. Les faltan las balas y la pólvora. Y las van a buscar a la Bastilla.

La Bastilla, vieja fortaleza de ocho torres que protegía la entrada oriental de París, había sido construida en el siglo XIV y era una prisión a la vez que un almacén de armas. Se convirtió pronto en lugar de reclusión para los autores de delitos de opinión, enviados allí sin juicio por la sola voluntad del rey.

Allí estuvieron encarcelados, entre otros, el gran humanista del Renacimiento, Michel de Montaigne, y en su juventud, en dos ocasiones, Voltaire, uno de los más brillantes ensayistas y enciclopedistas, y el famoso Marqués de Sade. La Bastilla era el símbolo del despotismo, de la arbitrariedad de la monarquía y de la actitud inquisitorial de la Iglesia.

El 14 de julio había en la Bastilla apenas siete presos. Alrededor de las 10 de la mañana, los amotinados intentan inicialmente negociar con el gobernador de la Bastilla, De Launay, pero el acuerdo no se logra y pasan al ataque de la fortaleza, con un saldo de 100 muertos y 73 heridos del lado atacante, y 6 entre los 100 defensores, uno de ellos el gobernador, cuya cabeza fue exhibida y paseada en una pica por las calles de París.

A las tres de la tarde, ya la pólvora y las balas estaban en manos de los atacantes, a los cuales se habían unido varios soldados desertores de sus batallones. Este espontáneo ataque y su inaudito éxito estimularon al pueblo de París para continuar en la lucha por el derrocamiento definitivo de la monarquía absoluta y causaron gran estupor en toda Europa.

Pocos días después, el 26 de agosto de 1789, la Asamblea Nacional Constituyente promulgó la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, faro de construcción de la democracia.

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